Pregón 1996


¡Semana Santa!Semana Mayor en la que la imaginación y la devoción del pueblo se desborda en dolor, penitencia y conmemoración de los Divinos Misterios de la Redención.

Semana Santa, vieja tela, tela nueva, tejida con una urdimbre compuesta de hilos blancos y puros, naturales, impregnados de un tradicionalismo espiritual bejarano entrelazada con la trama del vivir de cada día, de un vivir en el que están presentes no solamente ese sentir de los actos cotidianos, sino también del trabajo, del afán seguido de otro afán que llena las horas, los días, silencioso, personal, temporáneo.

Trama y urdimbre, urdimbre y trama, que iremos entretejiendo para que la inquietud personal tenga su pausa temporal transformada en pausa espiritual en esta Semana mayor, en estos días definitorios de la Pasión del Señor que nos van a envolver, y ceñir con el aroma de la primavera en los campos, con el aire serrano, sutilísimo, seco, cortante en su frialdad, que nos llega resbalándose por las laderas del Alaíz, del Colorino, de la Peña de la Cruz o de la Cruz del Peladillo, en los que la luz, reverberando nos trasciende a ese otro reverbero de la tragedia del Gólgota que vuelve un año más a llenar de fervores pasionistas nuestra ciudad.

Y he aquí como Béjar y los bejaranos, vamos a pasar bajo el arco teológico de su Semana Santa, de su Semana Mayor que nos brinda la coyuntura de meditar en los destinos humanos, a la vista de los destinos divinos.

Así, si la Semana Santa, es en Andalucía suntuosa y barroca, colorista y ruidosa, en contraposición a la de Castilla que es honda, seria y mística reverente, la bejarana es diferente porque su Rosa de Pasión posee pétalos muy diferentes compuestos de piedad fervorosa, evocadora de unas tradiciones y costumbres; de un porte grave y ponderado, pleno de pasión que en estos días lo lanza hacia Dios rebosante de amor y dolor en un orden espiritual y cuya base para poderlo realizar está formada por la Cofradía de la Vera Cruz y la Hermandad de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de las Angustias.

Cofradía y Hermandad que en su forma penitencial aglutinan al pueblo que cubre con su presencia y fervor los actos de esta Semana Mayor desbordándose en dolor, penitencia y conmemoración de los divinos Misterios de la Redención.

Cofradía. Hermandad. Pueblo. Impregnados de un mismo afán, de un mismo fin: el de la honra y exaltación de la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los Dolores de su Santísima Madre.

Cofradía de la Vera Cruz, vetusta y humana, humilde y familiar, con una carga histórica de siglos, pues ya la encontramos existente en 1594 cuando con el nombre de la Cruz su Abad firmaba el 19 de Julio con otros Abades y Mayordomos de otras Cofradías bejaranas un poder para "cuentas de las mismas", y que en 1597 se otorgaba un censo a su favor.

Las dos con un común denominador, plenas de anhelos: el de la cita con el Señor y la Virgen durante estos días de Semana Santa, en los que van desgranando los días de Pasión con el pueblo bejarano, pueblo que también se convierte así en Cofradía, en Hermandad, al vivir no sólo la presencia de los pasos cofradieros en las calles de nuestra ciudad, sino participando en la Liturgia de la Iglesia en esa semana de cultos Pasionales y Redentoristas.

Existen en esta simbiosis: Cofradía, Hermandad, Pueblo, entiendo yo, algo de esa misteriosa comunicación, no por imprecisa menos notoria, que da la continuidad de la fe, en esta cita del ser humano con Dios durante estos días. Es el sacar del fondo del arcón de nuestra vida esas virtudes que tenemos allí adormecidas y que todos unidos al llegar el Domingo de Ramos tremolamos con los ramos, con las palmas con su concreción en el "¡Hosana Filio David!".

Pero antes de acudir a esa cita jubilosa, nosotros los bejaranos, que quizás tengamos ocultas nuestras virtudes durante el resto del año, y que también podemos presentar muchísimos defectos e incluso sufrir muchos atrasos, que todo es posible, incluso me atrevería a decir la poca constancia e indolencia del cuerpo y del alma, concurrimos al Vía Crucis de La Antigua, acompañando al Santísimo Cristo de la Agonía, Vía Crucis que yo denominaría "VIA CRUCIS DE LA MURALLA", en el que:


Los cirios copian al Cristo
pintándolo en las paredes,
crucificándolo en todas
las piedras, negro y tremente
Cristo entre oscilar de llamas
que lo menguan y acrecen...


¡Calles de La Antigua, de la Muralla, del Adarve! ¡Béjar Medieval!.¡Calle Mayor de Santa María, Calle de la Virgen de La Antigua, Puerta del Pico! Fuera, la campiña dentro, edificios, viviendas, paredes. ¡Barrio judío! ¡Barrio de labradores!

Los siglos han transcurrido, y las rocas siguen emergiendo, cual si formaran parte del monte Calvario, sosteniendo las casas, que a un lado y otro de la larga y estrecha calle desemboca en la plazoleta de Santiago, de Nuestra Señora de la Antigua, en la que el silencio, el impresionante silencio es solamente roto por el suave crepitar de los cirios, de las velas, rotos y abiertos en chorro de luz. Flores blancas con ojeras de soledad y llanto.

¡Vía Crucis de la Antigua, Vía Crucis de la Muralla! Conjunción maravillosa de fervores en el trabajo de las manos de sus habitantes, de sus moradores: Huertanos, canteros, herreros, tejedores, de un ayer y de un hoy, junto al Cristo de la Agonía en una hora en que el silencio se hace oración y que nos acerca al grito que San Francisco de Asís daba en el interior del bosque "Dios mío, Dios mío, ¿quién eres Tú y quién soy yo?".

La vaporosa luz amarilla de los cirios se desliza hacia el suelo en la agostura de la calle en la que el viento se encoge conjuntamente con el movimiento de los Hermanos de carga, movimiento humano de balanceo, para evitar:


Que no rocen a Jesús
ni el hálito del candor,
ni el pétalo de la brisa,
¡Que muere por amor!

y en el doblar de una esquina, un solitario hombre piensa: "No pases Cristo de mi parroquia por mi lado sin que siquiera por lo bajo, para que Tú solo me oigas, te rece una oración:


Señor, no mueras,
aunque ya por mí has muerto.


Termina el Vía Crucis. La Pasión de Cristo ha sido rememorada, concluyendo con la decimocuarta estación: en la que Jesús recibe sepultura. Todo respira silencio humillación, soledad. La sensibilidad humana queda polarizada por la Cruz, la Cruz en la que se ha realizado el misterio de la Redención.Mas el Domingo de Ramos llega a nosotros como anticipo jubiloso de Resurrección y Gloria, en las sombrías y trágicas jornadas Redentoras que median entre las dos fechas litúrgicas. Cita puntual que abre la puerta de la Iglesia de San Juan para dar paso a la blanca y juvenil procesión de "La Borriquilla".

Año treinta y tres de la Era Cristiana.

Se acercaba la Pascua y la gente sencilla se disponía a festejarla. Jerusalem era un hervidero de forasteros. El Señor había regresado de Betania donde realizó el milagro de la resurrección de Lázaro y se trasladó a la ciudad para visitar el Templo y cumplir así con el precepto sagrado. Sus discípulos le siguieron y secundando sus indicaciones le trajeron un pollino para que montado en él hiciera su entrada triunfal. Tenían que cumplirse las Escrituras.

Mujeres y niños se acercaban al Señor con respeto y admiración, y en su honor formaban arcos de triunfo, pues era una costumbre que el pueblo, las gentes saliesen al encuentro de los más relevantes grupos de peregrinos que venían a Jerusalem para entrar en la ciudad entre cantos y muestras de alegría.

El Señor no había manifestado ninguna oposición a los preparativos de su entrada jubilosa, pues Él mismo como hemos dicho había elegido la cabalgadura: un sencillo pollino, un asno común, que había mandado traer a sus discípulos desde la aldea de Betfagé, muy cercana a Jerusalem.

Hemos de aclarar que el insignificante asno había sido siempre en Palestina la cabalgadura más usada por los personajes más notables.

Jesús hace así su entrada en Jerusalem como Mesías, en un borrico, y los cantos de las gentes son claramente mesiánicos, y Jesús admite el homenaje y así otra vez en el tiempo llega este Domingo de Ramos con los cielos por dosel, por alfombra los ramos y las palmas, y el concierto de voces repitiendo a su paso los hosannas, que el aire transmitía como una caracola inmensa.

Mas con todo, el triunfo de Jesús, es un triunfo sencillo, y es que hay en tí, Domingo de Ramos, con nombre propio la sublime lección de la humildad de lo efímero y pasajero, de la doble cara de la vida y de la fragilidad de los seres humanos.

Pero guardas en ti, por encima de todo el privilegio del amor de Jesús, el de esa gracia pura que te imprimió para siempre su presencia, el de esa alegría de los niños, la de la primavera que se viste de blancura con los árboles en flor de los valles y solaneras.

Jesús ha entrado triunfante en Jerusalem, pero tan sólo Él sabe, que pocos días más tarde, en la misma ciudad será clavado en una Cruz.

Por todas partes se desbordaba la alegría por la presencia de Jesús. Todo es gozo en el Domingo de Ramos y hasta la Primavera que es aún tan niña que pudiera decirse que salta a la comba del arco iris, se une a la procesión de "La Borriquilla".

Procesión infantil, procesión de amores inocentes, en la que Jesús es aún joven, y por eso los niños también quieren participar de la Semana Santa, pero no con la tristeza y el silencio de los mayores, sino con alborozo florido y glorioso.

Y justo es que reconozcamos de antemano que la Semana Santa y sus procesiones son una afortunada y feliz simbiosis de creencias religiosas enraizadas en lo más profundo del ser humano, y así la Semana Santa bejarana tiene su sabor, su sonido, su oración, su color.

Sabor de la tierra en la que se vio la luz primera, sonido de campana y oración en los salmos penitenciales.

Salmos Penitenciales que nos hacen evocar los tres conventos que hubo en nuestra ciudad: el de las Dominicas de la Piedad, el de las Religiosas de la Anunciación de el Orden y Penitencia de la Tercera Regla de San Francisco, conocido por el de las Isabeles, ambos de monjas, y el de los Franciscanos, para el pueblo, el de San Francisco, y asentándonos en este último escuchemos sumergidos en la evocación el Vía Crucis penitencial que todos los viernes del año celebraba en él la Cofradía de la Vera Cruz que tenía en el mismo su capilla, denominada de San Luis situada en una de las esquinas del claustro bajo, y que recorría todo el bello claustro levantado en 1599.

Salmos penitenciales que se elevaban a cielo a través de los veintiocho arcos peraltados del claustro para ir formando en el aire la Cruz de Pasión, de una Pasión en la que el Nazareno es el color de la misma, reflejado en el de la túnica y capirote de la Cofradía de la Vera Cruz, bajo los cuales lo mismo se puede ocultar un hombre que una mujer, pues según el artículo tres del Reglamento de la Cofradía del año 1879, así lo autorizaba, diciendo: "Pueden ser Cofrades todas las personas de ambos sexos, siempre que a sus buenas costumbres reúnan las demás circunstancias necesarias para cumplir los deberes y obligaciones que se contraen al inscribirse en esta Cofradía".

¡Nazareno...! Palabra derivada de Jesús de Nazaret. Es decir que el nazareno es otro Jesús de Nazaret en estos días de pasión, con su túnica, vestida por hombres y mujeres de toda clase y condición, de edades y estaturas, pero unos y otros despojados por unas horas de todo el atavismo humano para hacerse Hermano de los Hermanos bajo el común distintivo de la Cofradía o de la Hermandad.

Nazarenos que caminan siguiendo o precediendo a los "Pasos"... ¡Pasos de Misterio! o portándolos con sus hombros, a la vez que también acompañan las "Soledades" y "Dolores" de la Virgen María, de esa Virgen de manto largo que nunca acaba de pasar.

Nazareno que en esa hora del desfile procesional sois como la luna, de la que en feliz metáfora el místico poeta indio Tagore dijo: "Derramas luz para el cielo, sus manchas son sólo suyas".

Así, estos Nazarenos que comenzaron a salir en las procesiones bejaranas a partir del 15 de Abril de 1927 llevando los pasos de la Cruz, de la Dolorosa, del Santo Entierro o Sepulcro, habían salido anteriormente con túnicas moradas que usaron hasta 1850, túnicas que fueron cambiadas también por casacas y después por capas.

Nazarenos que entabláis un diálogo con el silencio, con el cielo, acompañados por el verso del poeta:


La luna clara, el lucero,
la oración del Nazareno,
una saeta gitana,
y un repique de campana
sin que toque el campanero.


Espíritu y fervor del Nazareno, del ser humano que promete guardar silencio y compostura en la noche del Miércoles Santo, demostrando con ello que está allí expresamente para eso para sacrificar su palabra, su voz, coherente con el drama de la Cruz.En este Miércoles Santo, cuarto día de la liturgia, el pórtico, bajo el cual pasarán los Hermanos de la Hermandad de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de las Angustias para tender entre el cielo y la tierra un puente de oración primaveral con su desfile procesional.

A vosotros Hermanos de sayal negro, cíngulo de seda granate con siete nudos, capa de raso y esclavina con capucha grande me dirijo.

Vais a sacar procesionalmente a Jesús Nazareno por las calles de Béjar. El Jesús Nazareno bejarano por excelencia, porque su veneración es auténticamente bejarana. El Nazareno de sobria hechura que estuvo allí en el Convento de la Piedad. Sobrio como el alma de los bejaranos y al que siempre el pueblo de Béjar ha recurrido en Rogativas pidiéndole el cese de las dificultades por las que pasaba, de aquí que ¡Jesús Nazareno es bejarano...! ¡Auténticamente bejarano...! porque es el: ¡Cristo de Béjar!

Y también vais a llevar en la noche del Jueves Santo por las calles y plazas de Béjar, en cuyas esquinas el viento lo cuenta todo en la noche sombría, noche que "también va de Nazareno" a Nuestra Señora de las Angustias, a Nuestra Señora del Mayor Dolor que es el título de advocación que Hermana Beata de la Orden tercera de penitencia, María Morales la puso en aquel año de 1745 en que fue colocada la Imagen en la Iglesia de el Convento de San Francisco, a sus expensas, y conforme a la escritura del Poder que otorgó la Hermana María el 12 de Octubre de aquel año para contratar la hechura del retablo y altar para la imagen de Nuestra Señora del Mayor Dolor, y que en su testamento hecho el 2 de Octubre de 1753, manda que su cuerpo sea sepultado a los pies de dicho altar, Imagen que el Viernes 18 de Abril de 1924 salió también sobre unas andas de nogal negro talladas por Emilio y Francisco González Macías.

Ha pasado el tiempo. Parece que la estamos viendo salir en la noche bejarana por las puertas de la iglesia de Santa María de Mediavilla, de Santa María "la Mayor", la iglesia matriz de Béjar, paso a paso entre el silencio de los fieles, que contemplan el monumental paso imaginero que durante tantos y tantos años fue en este día de Jueves Santo tabernáculo del Santísimo Sacramento en el convento franciscano de nuestra ciudad.

Portentosa representación artística de la escultura religiosa con un naturalismo hiriente, con una fragancia humana, con una presencia de Dios muerto en brazos de su madre.

María tiene a Jesús sobre su regazo. El pueblo la contempla con un recogimiento que se convierte en plegaria silenciosa, en oración.

¡Nuestra Señora del Mayor Dolor! ¡Nuestra Señora de la Piedad! ¡Nuestra Señora de las Angustias!

¿Qué mayor angustia que la de la madre con su hijo muerto? Qué ternura la de la virgen sosteniendo el brazo izquierdo de Jesús mientras el derecho cuelga recto, caído, flácido, ...

Toda la calle es palco en este Jueves Santo cuando irrumpe la procesión de las Angustias, porque el sentido del dolor, es una realidad viviente que hay que contemplar desde el cómodo interior de cada uno, porque no hay corazón que no tenga oculta alguna herida.

Emoción dolorida de la muerte, junto a la vida, su Vida que nos quedó en este día, en este Jueves Santo en el que se realizaba el lavatorio en el Convento Franciscano, y a las cuatro de la tarde el sermón del mandato en San Juan.

Monumento, sagrario, en el Cuerpo del Cristo de Nuestra Señora del Mayor Dolor, Nuestra Señora de las Angustias. Día del amor fraterno. Amor de Cristo, piedra lanzada al estanque de la Historia que produce un movimiento ondulatorio tan fuerte que tropieza con las orillas de la fraternidad.

Jueves Santo que nos trae el recuerdo de aquella última cena de Jesús con los Apóstoles.

El Señor celebra la Pascua con los suyos. Fiesta Judía instituida para conmemorar la liberación del pueblo judío de la servidumbre de Egipto.

Había encomendado a sus discípulos predilectos: Juan y Pedro todo lo necesario para celebrar el banquete, la cena. Ellos llevaron el cordero al Templo y lo inmolaron. Luego en la casa en donde van a cenar lo asan, y preparan también el agua para las abluciones )Juan 13-5), las "hierbas amargas", como representación de la amargura de la esclavitud, los panes ácimos, el vino.

Comienza a la puesta del sol la última Cena, y el Apóstol San Juan nos ha transmitido cómo Jesús deseó ardientemente comer esta cena con sus discípulos (Juan 13-1).

Es curioso como los mismos Apóstoles nos han quedado en los Evangelios la rivalidad entre ellos, especialmente San Lucas que así nos lo dice: "Y suscitó entre ellos una rivalidad sobre quien de ellos era considerado el Mayor" (Lucas, 22-2).

Y cuando la cena Pascual tocaba a su fin, "tomando Jesús un pan y habiendo pronunciado la bendición lo partió y dándolo a los discípulos dijo: "Tomad, comed: este es mi cuerpo" (Mateo, 26-26).

El silencio de los Apóstoles, silencio de la noche se hizo más patente en aquel momento que fue interrumpido por las palabras de Jesús, quien después de tomar en sus manos el cáliz, la copa, la tercera copa de vino que entonces habían de beber los comensales y que se llamaba el "cáliz de la bendición", dijo: "Bebed de él todos, porque ésta es mi sangre de la alianza, que por muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mateo 26-27).

Jesús anticipaba sacramentalmente en el Cenáculo lo que al día siguiente se realizaría en la cumbre del Calvario: la inmolación y ofrenda de Sí mismo, cuerpo y sangre, al Padre como Cordero sacrificado que inaugura la nueva y definitiva Alianza de Dios y los hombres y que redime a todos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna.

Los Hermanos regresan, con su virgen, con nuestra Señora de las Angustias. Siete nudos en vuestros cíngulos. Siete palabras de amor, y el Hermano cansado ha avanzado ya con paso vacilante hacia Santa María y elevando los ojos al cielo muy calladamente susurra para sí:


Señor, cuando amanezca
el nuevo día, Viernes Santo,
recoge mis palabras de amor,
haz con ellas un manojo
de suaves rosas de olor
y ponlas sobre tu corazón.


La procesión ha terminado, y el hábito recogido y atado con el cíngulo. Aquel Hermano se siente feliz y tranquilo como si en su rostro hubiera reverberado el semblante expresivo de Cristo, cuando ya está tan próxima la Pasión del Señor.¡Viernes Santo, día de dolor!, porque Jesucristo no ha venido a explicar el sufrimiento, ha venido a cumplirlo.

Ha apurado Jesús aquella noche el cáliz en el huerto. Los olivos oyéndole, y Él ahora escuchándolos, viendo venir a la luz de la luna de crimen, la ronda, las antorchas...

La dormición de los Apóstoles, el Ángel de la copa del dolor, los olivos en la noche de luna adensan la situación del Huerto. Es una angustia que se le clava a Jesús en su temor de ser humano, de hombre: el presentimiento.

Los milenarios olivos, los impasibles olivos son los únicos testigos de que todo entra en su fase ejecutiva.

Viernes Santo, día de Pasión y muerte. El día ya había amanecido después de una noche en la que Jesús abandonado ha orado de rodillas (Lucas 22-41). Es prendido tras el beso de Judas, y le llevan a Caifás.

Era ya de día cuando los habitantes de Jerusalem salían a las puertas de sus casas para ver pasar a un preso tan conocido e inclusive admirado por su santidad y sus obras.

Jesús iba con las manos atadas y la cuerda que las enlazaba se unía al cuello, esta era la pena que se daba a quienes habían usado mal de su libertad en contra de su pueblo. Todos le miraban espantados y sobrecogidos. Estaba claro para todos, que tal como le habían maltratado y le llevaban, no era sino para condenarle.

Pilato manda que lo azoten y Jesús es atado a la columna. Es la escena que consideramos en el segundo misterio doloroso del Rosario: "La flagelación".

Suena el golpear de las correas sobre su carne, sobre su carne sin mancilla. Más golpes, más saña, más aún. Es el colmo de la crueldad humana, hasta que al cabo, rendidos los sayones, desatan a Jesús, y a continuación los soldados tejiendo una corona de espinas se la ponen en la cabeza y lo visten con un manto de púrpura, y acercándose a él le decían: "¡Salud, rey de los judíos! Y le daban bofetadas" (Juan 19,2-3).

Pilato saca a la vista de la multitud a Jesús y les dice: "Ecce Homo" He aquí al hombre" (Juan 19,4-5), y la masa embriagada de pasión contesta: "crucifícale, crucifícale" (Juan, 19-6) y cerca del mediodía le condena a muerte.

El Señor vestido así en son de burla con las insignias reales, oculta y hace vislumbrar al mismo tiempo, bajo aquella trágica apariencia, la grandeza del Rey de Reyes. Su reino es "el reino de la Verdad y la Vida, el reino de la Santidad y la Gracia, el reino de la Justicia, el amor y la Paz" como se lee en el Prefacio de la misa de Cristo Rey.

Todo a punto. La Cruz al acecho. Leída la sentencia: "lo entregó para que fuera crucificado" dice sobriamente el Evangelio de San Mateo (27-25). El proceso había terminado, comenzaba ahora el Patíbulo, Jesús ha sido condenado a sufrir un doloroso castigo y la muerte reservada a los criminales. "... le despojaron de la clámide y le vistieron sus propios vestidos, y le llevaron de allí a crucificar" (Mateo 27-31).

Un camino el del Calvario, que Jesús comienza a recorrer cargado con la Cruz. Apenas unos pasos y cae. Todos ven que está demasiado débil para llevar sobre sus hombros la Cruz hasta el calvario, y cuando salen de la ciudad por la puerta Judiciaria, requieren a un hombre que venía de una granja y se dirigía hacia su casa, llamado Simón de Cirene, para que le ayude a Jesús a llevar la Cruz. ¿Dónde están sus discípulos? Jesús les había hablado de llevar la Cruz (Mateo 16-24) y todos ellos habían afirmado con gran seguridad que estaban dispuestos a ir con Él hasta la muerte, (Mateo 26-35). Ahora ni siquiera encuentra a uno para que le ayude a llevar el madero hasta el lugar de la ejecución.

Cogió Simón el extremo de la cruz y lo cargó sobre sus hombros. El otro, el más pesado lo llevó Cristo solo.

El Señor sigue su camino. La vía es tortuosa y el suelo irregular. Sus energías cada vez más mermadas, nada tiene de extraño que Jesús caiga una y otra vez más. Esta tercera caída cuando sólo quedan cuarenta o cincuenta pasos para llegar a la cumbre, pasos que recorre con el cuerpo inclinado, los ojos hinchados y como ciego de lágrimas y sangre. Se arrastraba con la gran cruz a pesar de la ayuda de Cirene, el padre de Alejandro y Rufo, detrás de sus dos compañeros de suplicio.

Han llegado a la cumbre. Atrás quedaba Jerusalem con sus casas formando calles y callejuelas, y en una de ellas había sucedido lo inevitable: el encuentro con su Madre. Se ha cumplido la profecía de Simeón: "una espada traspasará tu alma" (Lucas II-35).

Allí estaba la Mater Dolorosa, la Madre de la Soledad, la Madre de las Angustias, Nuestra Madre del Mayor Dolor, dolor humano visto desde la perspectiva de Dios.

Ya están en el Calvario, y le dan a beber una mezcla de vino con hiel con el fin de que disminuya con su acción narcótica en algo el dolor de la crucifixión, mas Jesús no lo bebe, seguidamente los soldados le despojan de sus vestidos, que los verdugos dividen en cuatro partes, pero la túnica es sin costura y la echan a suerte para ver de quién sería (Juan 19-24). De este modo se volvía a cumplir la Escritura: " Repartiéronse mis vestiduras y sobre mi vestido echaron suerte" (Salmo 21-19).

Es el expolio, el despojo, la pobreza más absoluta. Nada ha quedado al Señor, sino un madero, la Cruz en la que clavado por manos y pies, padecía los dolores supremos que preceden a la muerte.

El cuerpo llagado de Jesús es Verdaderamente un retablo de dolores.

La tierra queda sumida en tinieblas.

Son cerca de las tres, cuando Jesús exclama: "Elí, Elí, lema sabakhtani", esto es, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste?" (Mateo 27-46 Salmo 21-1).

Después, sabiendo que todas las cosas están a punto de ser consumadas, para que se cumpla la Escritura dice: "Tengo sed" (Juan 19-28). Entonces los soldados empapan en vinagre una esponja, y poniéndola en una caña de hisopo se la acercan a la boca. Jesús sorbe el vinagre, y exclama: "Todo está cumplido" (Juan 19-30).

El velo del templo se rasga. Tiembla la tierra, se "hendieron las peñas" cuando Jesús con una "voz poderosa dijo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Salmo 30-6). Y dicho esto, expiró" (Lucas 23-46).

Después de tres horas de agonía Jesús ha muerto. Con Jesús han quedado sólo su Madre, la Mater Dolorosa unas mujeres y un adolescente, Juan.

La tarde del viernes avanzaba y era necesario retirar el cuerpo de Jesús antes de que luciera en el cielo la primera estrella, ya que era la Parasceve, el día de la preparación de la Pascua, pues aquel sábado era un día grande, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitasen (Juan 19-31).

Así unos soldados enviados por Pilato quebraron las piernas de los ladrones, para que murieran más rápidamente. Jesús ya estaba muerto, pero "uno de los soldados le abrió el costado con la lanza y al instante brotó sangre y agua" (Juan 19-34).

Bajaron a Jesús de la Cruz, le descendieron con cariño y veneración y lo depositaron con sumo cuidado en brazos de María, de su madre. De nuevo Nuestra Señora del Mayor Dolor.

José de Arimatea, discípulo de Jesús pide a Pilato el cuerpo del Señor, y otro discípulo Nicodemo llega "trayendo una mezcla de mirra y áloe, como de cien libras" (Juan 19-39) y después de lavar el cuerpo de Cristo y perfumarlo, lo envolvieron en un lienzo y lo depositaron en un sepulcro excavado en la roca.

Jesús yace en el sepulcro. Para cerrarle se "hizo rodar una losa hasta la entrada del monumento" (Marcos 15-46).

Cae la noche. María llena de dolor, de un nuevo dolor por verse del todo sola y privada, no sólo del Hijo vivo, sino de su cuerpo muerto, vuelve a su morada. ¡Soledad de María! ¡Soledad de Soledades!

¡Todo fue consumado! ¡Todo se había cumplido! hasta en la Virgen!
Es nuestro silencio bejarano. Silencio de silencios. Silencio que cantó el poeta:
Por la esquina de la Plaza

dobló el "paso"... Va allá lejos...
¡Cómo pasa hablando a gritos
a gritos ese Silencio!


Y calle adelante, Calle Mayor del dolor bejarano y del silencio, continúa la procesión.Ante nosotros han desfilado, han "pasado" las formas expresivas del arte humano glosando, cantando el drama sacro de la Pasión. Es el arte que se hace devoción, devoción que se hace arte, en una exaltación grandiosa y espectacular de la fe. Arte nacido de manantiales religiosos que cobra aquí en su sentido católico, es decir universal, sus más altos logros, ya que trata de resolver con los elementos de la inspiración humana los invulnerables secretos de la revelación divina.

¡Oración del Huerto! Tan sólo dos figuras: Jesús y el Ángel. Jesús de rodillas mira al cáliz que sostiene el Ángel con una mirada vaga, apagada, mientras el cielo está muy luminoso.

Getsemaní, que significa "molino de aceite" es un huerto cercado donde crecen umbrosos olivos, es la base del paso sobre el que la oración de Jesús se materializa para que al contemplar "el paso" el ser humano se abrace a la oración, a la oración perseverante.

Sobria por lo humana la figura de Jesús emociona y sobrecoge a la vez porque en ella no hay ni belleza, ni fealdad físicas. Y es que Cristo en esta bella Imagen no mira al ángel, joven, fresco, pleno de vida, porque para Él hay un ángel en cada olivo. Los milenarios olivos. Los impasibles olivos testigos de que todo entra en el camino de la mayor angustia.


Y ha desfilado el preso. Sí, Jesús preso amarrado a la columna. Qué tema para el imaginero tan retador, pues tiene que conjuntar al preso, al amarrado a la columna con el Salvador, con el Rey de Reyes. ¡Qué estimulo para el hombre de la gubia, el tallista, el pensar que su obra arrancará exclamaciones de un pueblo contemplativo de aquella figura de Rey con corona de espinas!Hemos de pensar en el problema que tuvo el imaginero para en aras de representación del dolor, de la sangre producida por los azotes, de la burla en fin, tener que sacrificar el triunfo de Jesús, su figura, la belleza de Jesús, belleza Divina ya que humanamente es un hombre normal.

Es para nosotros esta representación de Jesús amarrado a la columna un instante de cristalización imaginera en el que el artista ha ido tallando el cuerpo de Jesús en sus formas anatómicas suavemente, mansamente, casi acariciando la madera temiendo herir él también a Jesús.


Tras él Jesús Nazareno en su caída. Visión sencilla de la debilidad de un cuerpo humano debilitado por el duro castigo que le han inflingido los sayones.¿De qué modelo tomó el artista de esta talla la expresión del semblante de Jesús? Esa humildad de su mirada, la doliente angustia, el dolor de la rodilla. ¡Ay dolor, dolor humano!

Jesús se nos representa con un escorzo en su mirada física que se transforma en su dirección hacia el cielo en una mirada Divina que se dirige al Padre, asumiendo el sentido profundo del dolor, del dolor humano producido por el peso de la Cruz que hiende, que destroza el hombro de Jesús.

Qué "paso" tan ligero en su realización, tan suave en los pliegues del vestido de Jesús, de un cuerpo, el de Cristo, que muestra aún los restos de las sogas con que fue atado a la columna del suplicio.

¡Jesús Nazareno! ¡Cristo encorvado bajo el peso de la Cruz!

No puede negarse que la figura de Jesús se agranda en este "paso" procesional, a pesar de la entristecida cabeza de Cristo en la que sus ojos tienen una mirada lánguida y entristecida, pero sigue cargado con la Cruz camino del Calvario.

La figura de Jesús Nazareno resalta entre las filas de penitentes que le acompañan, y su cuerpo es resaltado por las luces vacilantes de las velas encendidas a sus pies.

Si examinamos un poco la talla nos daremos cuenta de cómo el imaginero vertió en ella toda la grandeza de la figura de Cristo, humana y divina, que inspira al verso:


No era la cruz del Señor
tan grande como la nuestra
que entre todos la llevamos
y no podemos con ella.

Verso que se ha hecho saeta en un desmayo amoroso ante el Hijo de Dios, de ¡Jesús Nazareno!





Cristo en la Cruz, con San Juan y la Magdalena! El Gólgota extiende el luto sobre la tierra.¡Cristo en la Cruz! La madera convertida en arte en la que bulle con potencia deformante el espíritu del drama Divino. Este es uno de los grupos en que Macías reflejó el espíritu sereno de Cristo en la Cruz, grupo en el que las efigies están llenas de majestad y finamente labradas.

San Juan contempla inmóvil la cara de Cristo con una mano sobre el pecho y la otra extendida al aire. La Magdalena implorante con sus brazos abiertos suplica. Ambas figuras plenas de un dinamismo en equilibrio.

La figura de Jesús pendiente de la Cruz teñida de lividez mortal. Es la figura de ¡Cristo!

Cristos bejaranos: de Limpias; Jesús de las Victorias; Cristo de la Agonía; del Amparo......... y cruces de la Vera Cruz en un rosario que culminan en la de la Peña de la Cruz, ayer Cruz de Galindo, Cristos, Cruces, Calvarios......


Mas ya tan sólo un instante. Enfrente a la iglesia de San Juan en donde hoy se levanta el edificio conocido por "el Parapeto", se levantaba hasta mediados del siglo pasado un modesto pórtico con cuatro columnas de piedra y vigas de madera, cubierto de tejas, y en él se colocaba el Viernes Santo un Calvario: Jesucristo y los dos ladrones crucificados, ante los que se predicaba el sermón del descendimiento, y que concluía con el descendimiento de la Imagen de Cristo, articulada por cierto, siendo depositada en una urna de cristal la cual se llevaba en la procesión conocida como la del Santo Entierro.Hoy esta imagen continúa saliendo en esta misma Procesión. Es la imagen de Jesús muerto, con el cuerpo blando, mórbido que descansa plácidamente sobre el sudario, apoyando la cabeza en una almohada.

Sus miembros de suave modelado, nos transmiten una impresión táctil cobrando sensibilidad la piel, y que nos produce una sensación de escalofrío.

¡Cristo yacente! Imagen con un fuerte caudal de fe que se acrece cada año con las aguas de las generaciones bejaranas que en sus calles, Mansilla, Olleros, Armas, Mayor, etc...., unas veces lentamente y otras ligeramente, siempre ha arrancado silencios a su paso, fervor y oraciones.

Silencios de dolor, de Soledad, cual los de la Virgen María que camina detrás de su Hijo muerto, en este entierro nocturno.

¡Soledad! ¡Dolorosa! Soledad postrera de Soledades, que caminas a hombros de los bejaranos portadores de sus negras, azules o pasas capas, que parece quieren cubrirte para mitigar el frío de la noche, y dándote compañía las mujeres vestidas muchas de ellas de negro, con su peineta y mantilla, de luto, porque Tú también vas de luto con tu largo manto.

Y todo esto es así porque el entierro de un ser querido se hizo así, fue así en un ayer no tan lejano.

¡Virgen de la Soledad! ¡Dolorosa! Virgen atribulada que pasas por las calles de Béjar con tu cara triste, con el dolor de las espadas, precisamente de dolor, clavadas en tu corazón, con tus amarguras que consuelas a las mujeres bejaranas y que si ellas te acompañan ahora es pensando que Tú algún día serás su única compañía en medio de la soledad terrenal.

La procesión va llegando a su fin, y con ella se cierra el broche de oro de la Semana de Pasión, de los Días de Dolor bejaranos.

Van entrando los Nazarenos que se destocan de sus capirotes y sudorosos algunos se limpian el sudor, por que agobiaba el peso del "paso" y las telas moradas o negras, del hábito.

Pero a pesar del cansancio, ya está pensando en "El Encuentro" del día siguiente, día de Pascua.


Es "el Resucitado" en su procesión al encuentro con María su Madre.Es la celebración de la Resurrección gloriosa de Cristo, complemento y feliz consumación de todos los misterios encerrados en su adorable Encarnación, su santa vida y la cruenta y dolorosa Pasión y Muerte.

La imagen de Jesús Resucitado parte desde la iglesia de San Juan, y Nuestra Señora de la Misericordia, desde la de Santa María para encontrarse en la Plaza Mayor. Punto de encuentros humanos y espirituales, y en donde la Resurrección se hace Pascua porque es el momento en que Jesús se plasma y se convierte en Luz en la gran luz de la mañana de primavera.

El gozo Pascual se hace en la madrugada brisa que se convierte en viento en la mañana para llevar a todas las partes el anuncio de que Cristo vive, de que Jesús que murió en la Cruz ha resucitado.

Voltean las campanas y resuenan en el aire los estallidos de los cohetes, mientras en el "Encuentro" se celebra el ritual acto de "echar la Bandera", costumbre de siglos que representa la rendición ante el poder Divino de la bandera del pueblo.

Y a mi mente viene el recuerdo de aquellas madrugadas en las que al clarear el día del Domingo de Pascua, asistía a esta Procesión del Resucitado, y en el "encuentro" Mateo Hernández Lorenzo, rendía y echaba la bandera, como días antes había rendido a los asistentes al "Tálamo" con la puja de algún plato.


Cuántos nombres de hermanos de la Cofradía de la Vera Cruz se agolpan por querer salir: Pascual Martín, Fernando Hernández Lorenzo, Clemente Martín, Anselmo García, Enrique Rodríguez López, Eugenio Herrero, Julián Esteban, Baltasar del Teso. Y los más jóvenes: Santos de Frutos Martín, Mateo Hernández Ramos.Hombres que fueron alma y pasión de la Semana Santa bejarana, de esta Semana Santa que yo hoy os he anunciado con este Pregón con el que he tratado de llevar a vuestro ánimo, a vuestro corazón, la visión de la Semana Santa, de la Semana de Pasión, en la que bien cierto es, que el fervor de los bejaranos se multiplica ante los desfiles procesionales de vuestra Cofradía de la Vera Cruz y de la Hermandad de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de las Angustias, a las que todos dais lo mejor que tenéis: la fe.

Y es que en estos días Pasionales es cuando uno se da cuenta de lo poco que es si no alcanza en su vida "el encuentro con Dios", "el encuentro con Cristo".